Grecia, o la oportunidad de la UE de redescubrir su responsabilidad social

Grecia, o la oportunidad de la UE de redescubrir su responsabilidad social

La Unión Europea no debería tener miedo de que Syriza gane las elecciones griegas, sino verlo como una oportunidad para redescubrir su principio fundacional: la dimensión social que la creó y sin la cual no podría sobrevivir. Toda la economía griega equivale al 3% del PIB de la zona euro, pero su deuda nacional alcanza los 360.000 millones de euros o, lo que es lo mismo, el 175% del PIB del país, y plantea una amenaza constante para su supervivencia. A pesar de que, siendo realistas, la abrumadora carga de la deuda no puede ser devuelta por completo, la troika formada por la UE, el Banco Central Europeo y el FMI insiste en que se debe continuar con los drásticos recortes en el gasto público. Pero, si Syriza gana -como sugieren los sondeos- promete renegociar los términos del rescate financiero y pedir una quita sustancial de la deuda, lo que podría cambiar los términos del debate sobre el futuro del proyecto europeo.

También es muy probable que la cuestión (aún no formulada, pero importante) de quién debería asumir los costes y riesgos de la unión monetaria dentro y entre los países de la zona euro pase a ser el centro de las negociaciones.

El inmenso coste social de las políticas de austeridad exigidas por la troika ha puesto en duda los objetivos políticos y sociales de una «unión cada vez más cercana» proclamada en los documentos fundacionales de la UE. Formalmente constituida mediante el Tratado de Roma en 1957, la Comunidad Económica Europea compuesta por Francia, Alemania, Italia y el Benelux unió las economías de antiguos rivales, reproduciendo la posibilidad de otra guerra desastrosa inasequible. No obstante, el principal objetivo de la integración era propiciar la «constante mejora de las condiciones de vida y trabajo de sus pueblos».

El proyecto europeo ha tenido un éxito excepcional en conseguir colaboración y prosperidad pacífica extendiendo progresivamente estos beneficios establecidos a un mayor número de países miembros, siendo la UE la mayor economía mundial. Sin embargo, desde la crisis económica de 2007, el PIB per cápita y la renta familiar bruta disponible han disminuido en toda la UE y todavía no ha vuelto a los niveles previos a la crisis en muchos países. El desempleo está a unos niveles récord, con Grecia y España a la cabeza en las listas de paro juvenil de larga duración.

También hay una gran desigualdad dentro de la eurozona. Las economías fuertes que son grandes exportadoras se han beneficiado del libre mercado y del mecanismo de tipo de cambio fijo que protege sus bienes de las fluctuaciones de precio, pero el euro ha debilitado las economías menos competitivas privándolas de una flexibilidad monetaria que se podría haber utilizado como respuesta a la crisis.

Sin grandes transferencias entre economías fuertes y débiles, que suponen sólo el 1,13% del presupuesto de la UE actualmente, no hay un mecanismo efectivo de reparto de riesgos entre los Estados miembros ni para enfrentarse a las consecuencias de las crisis en la zona euro.

No obstante, la UE se fundó sobre la premisa de la solidaridad, y no sólo como una zona de mercado libre. El crecimiento económico se veía como un medio para alcanzar objetivos sociales y políticos deseables a través del proceso meticuloso de la formación de instituciones. Con 500 millones de ciudadanos y un PIB combinado de 12,9 billones de euros en 2012 compartido entre sus 27 miembros, la UE está mejor situada que nunca para hacer honor a sus principios fundacionales. Los Estados miembros que se beneficiaron de una moneda común deberían ofrecer apoyo significativo en lugar de diezmar a los miembros más débiles en una época de crisis imponiéndoles medidas de austeridad.

Esto no niega la responsabilidad de los préstamos insensatos, que corresponde a los sucesivos gobiernos griegos y a sus colaboradores. Sin embargo, se debe rechazar la lógica de un castigo colectivo a los grupos más vulnerables de la población. La pobreza -que cada vez afecta a más personas- comprende un importante sector de la sociedad griega: el 20% de los niños vive en la pobreza, y la tasa de desempleo en Grecia lleva cuatro años en torno al 20%, llegando casi al 27% en 2013. La tasa de paro juvenil supera el 50%, por lo que muchas personas bien formadas han abandonado el país. No hay acceso a un sistema de sanidad gratuito y la débil red de seguridad social de antes de la crisis prácticamente ha desaparecido. El dramático recorte del estado de bienestar combinado con el desempleo ha provocado numerosos suicidios inducidos por la austeridad y ha llevado a la gente a buscar comida en la basura de las ciudades.

Un compromiso continuo con las políticas que han producido tales resultados con el fin de incrementar la competitividad de la UE cuestiona los términos de los principios fundacionales de la UE. Los acreedores a menudo lo razonan usando una retórica que da por hecho que los griegos poco productivos que han evadido impuestos propiciaron este atolladero, como si fueran los miembros indignos de la zona euro. Este razonamiento crea un clima político viciado que da lugar a movimientos extremistas nacionalistas, como Amanecer Dorado, un partido criminal que ganó casi el 10% de los votos en las últimas elecciones al Parlamento Europeo.

Explicar la crisis de la zona euro como una fábula con moraleja es al mismo tiempo perjudicial y falso. Debemos cuestionar la naturaleza problemática de esta lógica moralista: no se puede recurrir a los principios éticos y obligar a los trabajadores pobres a rescatar a un sistema bancario del que se beneficia mucha gente rica, o transferir al público las consecuencias de unos imprudentes préstamos comerciales. Tampoco se puede explicar la conformidad de los acreedores con las maquinaciones de las élites corruptas nepotistas que llevan 40 años controlando el estado, que metieron a Grecia en el euro y que siguen dirigiendo. Como he defendido antes, el dinero del rescate se dio a los principales responsables de la crisis, mientras se está haciendo sufrir a la población griega en general.

Los votantes griegos están decididos a impedir que las clases dirigentes continúen con sus perversas políticas que han llevado al país al borde de la catástrofe, pero, en estas elecciones, su verdadera preocupación será oponerse a que se sacrifique el futuro de toda una generación.

por Marianna Fotaki (Profesora de Ética de los negocios, Warwick Business School)

Fuente: http://www.huffingtonpost.es/

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