¿El Perú está listo para desarrollar una infraestructura baja en carbono y disminuir sus emisiones? (1era Parte)
Lima es el único lugar donde la bandera peruana es roja y gris, el blanco no se ve” es la apreciación de una persona de la sierra peruana, que por primera vez estaba en la capital. El dióxido de carbono que tomó un lugar en las banderas que ondean en la ciudad, también está tomando un lugar en la salud de los peruanos y de todas las personas en el mundo.
El Inventario Nacional Integrado de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) del Perú sostiene que las emisiones de GEI subieron de 98,8 millones de toneladas de CO2 equivalente (incluye CO2, metano y óxido nitroso) para 1994, a 120,02 millones de toneladas de CO2 equivalente para el 2000. La deforestación y degradación de los bosques es una de las principales fuentes de emisión de CO2. Los bosques absorben gran parte del carbono que está en la atmósfera. Al talarlos no solo se ve afectado el ecosistema, sino que se libera el CO2 y se pierde significativamente la capacidad de absorción de carbono.
En el Perú la deforestación es la fuente principal de estas emisiones de carbono, generando 110 millones de toneladas de CO2. En cuanto a la emisión de combustibles fósiles, el país genera 269 millones de toneladas de carbono. Esto representa casi el 0,5% de las emisiones mundiales.
Aún así no es un tema trivial. Gracias al Acuerdo de París el mundo entero está comprometido a controlar y reducir las emisiones de GEI, con el fin de mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2C°. Sin embargo, es indiscutible que para disminuir esas cifras hace falta una infraestructura general que abarque sectores como transporte, agua, electricidad, telefonía y tantos más. Cubrir esta primera necesidad significa no solo tener a los expertos y el conocimiento para desarrollar esa plataforma, sino además una fuerte inversión y el compromiso de todos los actores sociales: Estado, empresa privada y sociedad civil.
Los expertos resumen el concepto de “infraestructuras bajas en carbono” como todas las estructuras hechas con el objetivo de reducir la emisión de carbono. Esto incluye sectores como transportes, manejo de residuos sólidos y aguas servidas, energético, hospitales, escuelas, etc. Este tipo de infraestructura “ha sido fabricada con el criterio de no contaminar el aire ni afectar el clima mundial. La infraestructura baja en carbono es la que no sólo es resiliente y costo-efectiva, sino que es también sostenible”, comenta Patricia Iturregui, Consejera en Seguridad Climática y Energía en la Embajada Británica.
Hugo Che Piu, investigador independiente y miembro de la junta de asociados de DAR, agrega que “pensar en infraestructura baja en emisiones implica pensar no solo en las emisiones directas de la construcción y uso de ellas, sino también en las emisiones resultantes de sus efectos sinérgicos y acumulativos con otros factores. Por ejemplo, la construcción de carreteras en la Amazonía directamente representa un porcentaje bajo de la deforestación, más o menos un 0.3%. Pero indirectamente se convierte en un vector indispensable para el incremento de las emisiones de las otras causas directas de la deforestación, como es la agricultura, ganadería, minería y cultivo de coca”.
Sabiendo eso cabe preguntarse si es posible que países como el Perú desarrollen infraestructuras bajas en carbono, cuando aún existe alrededor de un 22% de pobreza y pobreza extrema, la desnutrición alcanza el 18% y la tasa de analfabetismo llega al 7%. También si puede convivir el desarrollo económico-social con el desarrollo de una infraestructura sustentable. Y de ser así, cuáles serían las áreas de mayor impacto y urgencia para tomar acciones.
Roger Loyola, Director General de Evaluación, Valoración y Financiamiento del Patrimonio Natural del Minam, expone que lo primero que se necesita desarrollar en cuanto a la problemática ambiental es “que todos entendamos lo importante que es cuidar el medio ambiente y veamos el impacto que tiene en nuestra vida”. El problema ambiental no es asunto de uno solo o de un sector, en la medida que todos comprendamos la magnitud del problema climático, con todas sus aristas y la influencia que tiene en la vida y en la salud, promover el cambio será más fácil.
Una persona sensibilizada no solo podrá aportar o generar ideas, sino además exigir que se tomen acciones, comenta Loyola. Por su parte Christian Hübner, Director del Programa Regional de Seguridad Energética y Cambio Climático en América Latina de la Fundación Konrad Adenauer, resalta la relación directa entre la educación y una persona sensibilizada al tema ambiental. Por eso “la escuela es parte esencial del cambio, la sociedad va a transformar su forma de pensar y actuar dependiendo de la educación que reciban.
Una gran parte de la juventud en el Perú está interesada en estos temas y quieren generar un cambio. Hay que apoyarlos y escucharlos, porque ellos son la próxima generación. Quizás en 20 años algunos de ellos serán políticos importantes y el Perú ya habrá ganado, porque están sensibilizados con el tema.” Hübner da el ejemplo de la educación alemana y la incorporación de los temas sustentables a las clases cotidianas, lo que dejará un saldo positivo a la vuelta de algunos años, cuando todos los alemanes que hoy estudian se encuentren trabajando y puedan marcar la diferencia.
Bruno Portillo, Investigador e ingeniero especializado en tema socioecológicos y docente de la Universidad ESAN, concluye que para desarrollar una infraestructura de este nivel “se necesita un fuerte compromiso político, estatal y corporativo, más el apoyo de la sociedad civil. Solo así se puede adquirir el capital social (institucional formal e informal) y humano (técnicos capacitados en las diferentes jurisdicciones de gobierno y en puestos corporativos clave). El papel más importante hasta ahora lo ha tenido la sociedad civil, los movimientos sociales y los organismos internacionales, porque además hay una gran carencia de gobernanza ambiental que involucre los intereses privados.”
Público y privado por el carbono
Iturregui sugiere que “la inversión en infraestructura es un impulsor de prosperidad y en el caso del Perú además es estratégico, porque dentro de la Alianza del Pacífico es el que tiene mayor déficit a nivel de carreteras, transporte, electricidad, telefonía, hospitales, escuelas, etc. Disminuir de manera significativa la brecha, como lo asume el Plan Bicentenario, puede hacerse también considerando la necesidad de controlar la contaminación del aire y limitar las emisiones de gases que afectan al clima.”
Asimismo, la inversión en infraestructura baja en carbono aporta no solo a la calidad de vida de los ciudadanos, sino también a la modernidad, salud e imagen del país. “Según el marco macroeconómico multianual, la brecha de infraestructura existente equivale a US$88 mil millones (alrededor de 43% del PBI 2014), pero para AFIN es de US$159 mil millones.
Recientemente se ha aprobado la ley de Asociaciones Público-Privadas (APP), que da un rol preponderante al Ministerio de Economía y Finanzas (MEF). Sin embargo, se teme que éste no asuma el rol con la debida visión al pensar que se trata puramente de gasto y no inversión”, agrega Iturregui. Pese a eso, éste es un ejemplo de la alianza necesaria para abordar temas de tal envergadura, como lo es el problema ambiental y el desarrollo de infraestructuras bajas en carbono. Portillo es de la opinión que “el rol del Estado es cumplir con el liderazgo y la priorización política.
No solo por responsabilidad ambiental, sino también por la estrategia socioeconómica de trabajar para un país que realmente tenga un futuro con desarrollo sostenible.” En esa priorización Iturregui comenta que “para el MEF, la inversión en infraestructura es el tercer motor de crecimiento y la puesta en marcha de importantes proyectos de infraestructura generará, sin duda, un mayor flujo de inversión privada.”
Sin embargo, en la realidad “se hablan cosas maravillosas y nos comprometemos a otras más y en la acción se hace poco”, concuerdan Loyola y Hübner cuando hablan tanto del presupuesto, como de los avances en infraestructura baja en carbono a nivel público y privado. Hübner asegura que una forma de involucrar al sector privado en estos temas es hacerle ver que “para la empresa hacer inversión en tecnología sostenible es un excelente negocio. Lo más importante es que, uno, sigue cumpliendo con su razón de ser que es generar ingresos, y dos, va a colaborar en el aumento del tiempo y calidad de vida de las personas.”
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