Sin duda, “Educación y Desarrollo” es un binomio fundamental para asegurar el progreso, el desarrollo sostenible, y una cultura de paz y equidad.
Aunque en la última década, los avances han sido indudables, según el Banco Mundial, unos 260 millones de niños aún no asisten a la escuela primaria, ni secundaria, y 250 millones en el mundo no saben leer, ni escribir.
En el Informe de Seguimient0 de la Educación en el Mundo (GEM) de la UNESCO, se sitúa a la educación como la palanca fundamental para conseguir los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
La propia UNESCO, alerta sobre la necesidad de que los avances se aceleren y que se dediquen más recursos para alcanzar esos objetivos. Si continúa la tendencia actual, la educación primaria en el mundo se conseguirá el 2042, el acceso universal al primer ciclo de la educación secundaria en 2059, y al segundo ciclo en 2084. Esto significaría medio siglo de retraso en relación al plazo de 2030 fijado en los ODS.
Aspectos como los conflictos armados, los refugiados, el cambio climático, los pueblos indígenas….son elementos que están afectando notablemente a la educación, y que deben incorporarse en los modelos de desarrollo a nivel internacional.
La educación es un factor de cohesión social, de equidad, de igualdad y de cultura de paz, y la mejor garantía de un desarrollo basado en la globalización de los derechos humanos.
Pero, además de la imprescindible universalización de una educación pública, inclusiva y de calidad, en los países de menor renta, es necesario incorporar el desarrollo, de manera transversal en las programaciones educativas de los sistemas formativos nacionales.
La educación para el desarrollo facilita el aprendizaje y una reflexión crítica del mundo global, y activa a los ciudadanos y los corresponsabiliza en la lucha contra la pobreza.
Lamentablemente los sistemas formales de educación no incorporan la educación para el desarrollo en las curriculas educativas. Aspectos como el medio ambiente, la igualdad, la violencia de género, la interculturalidad, la xenofobia, el racismo, los conflictos armados, los refugiados…los derechos humanos, en general , no son materias que transversalicen los sistemas educativos desde la educación inicial a la educación superior.
Esos déficits en “valores” condicionan la percepción social sobre los grandes problemas que hoy en día nos afectan. La educación debe cambiar ese perfil excesivamente asistencialista que las sociedades tienen ante la pobreza, las catástrofes naturales, el drama de los refugiados…Es necesario que la educación c0nvierta “el desarrollo” en un “derecho universal”, y se hagan realidad los objetivos plasmados en la Carta Universal de los Derechos Humanos de 1948.
La educación para el desarrollo tiene también un componente ético. Una gran parte de la vulneración de los derechos humanos, radica en un modelo económico basado en la maximización de beneficios, la ausencia de controles, explotación laboral en muchos países y los paraísos fiscales.
La responsabilidad social y los principios rectores sobre empresas y derechos humanos, constituyen hoy herramientas esenciales para regular e implantar un modelo económico transparente, ético, social, y medioambiental, respetuoso y comprometido con el entorno local en el que operan.
En ese contexto, todo el proceso educativo debe significar una apropiación de los alumnos del conjunto de valores, principios y derechos humanos, que deben guiar a futuro su comportamiento personal y profesional.
La educación para el consumo responsable, es también una asignatura pendiente en los modelos formativos. Estimular la economía social, verde, la utilización de renovables, los productos ecológicos, y el comercio justo deben ser aspectos básicos a incluir en la educación para el desarrollo.
Respecto a la educación superior, también son aplicables los ODS y la Agenda 2030. De hecho, muchas universidades ya están adaptando sus memorias de sostenibilidad a esos objetivos que forman parte de la agenda pública de los países.
La responsabilidad social universitaria (RSU), ha tenido un nivel de implantación lento. Se han realizado avances en los portales de transparencia, pero no hay un modelo homogéneo de indicadores que fijen los objetivos del desarrollo en los planes estratégicos universitarios. Aspectos como la ecoeficiencia, los programas de integración de alumnos con discapacidad, de eliminación de barreras arquitectónicas, de voluntariado activo, de cooperación al desarrollo, de planes de igualdad…constituyen elementos esenciales en un modelo de RSU, adaptado a los objetivos de la Agenda 2030. La RSE, y específicamente la ética, deberían cruzar todos los grados universitarios y conseguir, no solo, un alto nivel de competencias académicas y profesionales, sino de futuros ciudadanos comprometidos con los valores y principios que inspiran el desarrollo sostenible.
En definitiva, la Agenda 2030 es una gran apuesta para avanzar en un modelo global, que mejore los indicadores de desarrollo. Es necesario incrementar el porcentaje de PIB en los países dedicado a una educación pública de calidad y transversalizar los temas de desarrollo y derechos humanos durante todo el periodo del ciclo educativo, desde las etapas iniciales, hasta la educación superior o la formación profesional.
Eliseo Cuadrao
Director Fundación General de la UCLM
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