El reciente escándalo de los llamados Papeles de Panamá ha vuelto a poner de manifiesto que la irresponsabilidad social no entiende de culturas ni de procedencias. Pero no ha sido el único caso que ha saltado a la palestra recientemente. Mitsubishi ha sido el último en apuntarse a la moda del falseamiento de datos en la industria automovilística.
Pasará mucho tiempo hasta que se investiguen todos los documentos, se deshaga el entramado de empresas y personas, y se publiquen todos los datos. Pero a día de hoy podemos decir sin miedo a equivocarnos que los Papeles de Panamá han sido hasta la fecha la mayor revelación de información sobre ocultación de dinero en paraísos fiscales, normalmente con la intención de no mostrar su procedencia y evitar al máximo el pago de impuestos o reducir su importe.
Pasando revista a los personajes conocidos involucrados en el escándalo vemos que hay políticos de diversa ideología, jefes de estado, empresarios, celebridades, deportistas o personas relacionadas con el arte o las finanzas, entre otros.
Si tratamos de encontrar un denominador común entre los involucrados probablemente el único que podemos encontrar, además de la falta de ética en la mayoría de ellos, está el tener una cantidad de dinero importante o propiedades que querer ocultar al fisco y a la sociedad en general.
Quizá la cosa que más me ha sorprendido sobre este tema son las variopintas profesiones o actividades de los personajes comprometidos, y sobre todo sus variadas nacionalidades y culturas.
En muchas ocasiones identificamos el soborno, el fraude, la irresponsabilidad social y la corrupción generalizada en cualquier nivel de la sociedad y tanto en el funcionamiento de gobiernos y empresas como en la vida diaria de los ciudadanos, con países subdesarrollados o en vías de desarrollo y/o de rápido crecimiento.
Por el contrario, tendemos a pensar que hay algunos países y culturas que actúan con mucha rectitud, basándose la actuación de sus ciudadanos y por ende sus organizaciones y gobiernos en valores éticos.
Pero desafortunadamente la irresponsabilidad no sólo ocurre en el primer grupo de países “no desarrollados” sino que pasa en aquéllos que tomaríamos por ejemplares en muchos aspectos, como vemos cada vez más en los medios de comunicación.
El informe realizado por Ernst & Young 12th Global Fraud Survey Growing Beyond: a place for integrity recientemente publicado nos indica que este tema es un problema mucho más grave de lo que quizá podemos pensar.
Para empezar, según el estudio realizado a 1.758 trabajadores de las empresas más grandes de 43 países de los cinco continentes, un 39% de los entrevistados opina que las prácticas de soborno y corrupción ocurren frecuentemente en sus países.
Si bien es cierto que los entrevistados de China, Brasil, India o de los países africanos y de la Europa del Este contestaron que su percepción negativa en esos aspectos era mayor del 39%, la media a nivel mundial del estudio fue esa. Así de claro y así de directo.
No recuerdo haber visto ninguna publicación en la que se informe anualmente de los casos de corrupción, irresponsabilidad social corporativa y fraude de manera cuantificada por países (ruego que si algún lector sabe de alguna me lo haga saber aunque dudo que exista) para poder juzgar y comprobar con números en la mano cuán iguales son los países y culturas a la hora de corromperse, y si la responsabilidad y falta de corrupción está alineada con cómo de responsable y exigente se percibe que es un país.
De todas maneras, ese índice, de existir, a buen seguro estaría bastante edulcorado puesto que sólo constarían aquellos casos que hubieran salido a la luz, quedando otros muchos tapados para siempre o hasta que salieran a la palestra. Según el Informe Oekom Corporate Responsibility Review 2015, los expertos estiman que la proporción de casos de corrupción no reportados es muy alta y que sólo el 20% de los casos se llegan a detectar.
La corrupción suele crecer en sectores donde los gobiernos son los clientes principales, como por ejemplo los sectores armamentísticos o de proyectos de grandes infraestructuras.
Corrupción y fraude vs. valores: el caso japonés
Siempre me ha llamado la atención la cultura japonesa en cuanto a sus valores. Entre ellos destacan el respeto, el trabajo, la seriedad, la honradez, la paciencia, el orden, la disciplina, la jerarquía o el honor.
Aparentemente un país con dichos valores debería ser una balsa de aceite en cuanto a escándalos, corruptelas e irresponsabilidades sociales por parte de sus organismos, políticos y empresas. Pero no, lamentablemente no es así.
Este mes de abril ha salido a la luz un nuevo caso de fraude de una empresa japonesa. Mitsubishi también se ha apuntado a la moda del falseamiento de datos en la industria automovilística con 625.000 vehículos afectados y sin descartar que haya otros modelos con el mismo problema. Es decir, que empieza más o menos como el dieselgate de Volkswagen (Vid. Desayuno CE. El fraude de Volkswagen, ¿se podría haber evitado?) y ya veremos dónde acaba.
Anteriormente, y también en el sector automovilístico, Toyota también tuvo problemas por fallos técnicos en sus vehículos. La empresa, que tenía conocimiento de dichos fallos, subestimó las primeras quejas de los clientes, y en lugar de estudiar el problema y comunicarlo anteponiéndose a futuros problemas y actuando como una empresa responsable, prefirió no comunicarlo con la esperanza de que no sucediera nada.
Otro ejemplo más lo encontramos en el fraude contable multimillonario que Toshiba realizó durante siete años y que se destapó en 2015. Esta irresponsabilidad acabó con la mayor multa hasta la fecha impuesta por el regulador financiero de Japón y con una reducción de plantilla que podría rondar los 10.000 trabajadores.
Seguro que todos recordamos a alguno de los dirigentes de estas empresas saliendo por la televisión y haciendo el saludo japonés ante su público con mayor o menor grado de inclinación según su arrepentimiento. En otros tiempos quizá alguien se hubiera hecho el hara-kiri, pero en estos tiempos modernos parece que el arrepentimiento y el honor ya no tienen esas consecuencias en el país del sol naciente.
¿Qué causa la normalización de la irresponsabilidad?
Primero de todo, y aunque no es una causa directa sí es una causa facilitadora de comportamientos irresponsables y/o poco éticos, hay que destacar la laxitud legislativa en estos temas.
Muchas de las actuaciones y actividades que nos podemos encontrar entran muchas veces dentro de lagunas legislativas que hacen que sean más bien actuaciones alegales que ilegales, por ejemplo y sin ir más lejos aquellas que permiten que grandes empresas tributen en países en los que no están llevando a cabo sus operaciones.
Y cuando las actividades sí son ilegales acaban teniendo penas bastante reducidas, por lo que a los implicados les suele salir a cuenta correr el riesgo y actuar de esa manera.
Nos encontramos en un mundo muy competitivo, globalizado e interconectado en el que se acepta en las empresas comportamientos poco éticos en pos del enriquecimiento y del “si no lo hacemos nosotros nuestra competencia en cualquier parte del mundo lo hará, si es que no lo está haciendo ya, y acabará con nosotros”.
Además, el informe de EY nos indica que “impulsadas por las incertidumbres del mercado y la disminución de las previsiones de crecimiento económico, las empresas están luchando para mantener los márgenes. Con menos oportunidades restantes para la reducción de costos, muchas empresas se centran ahora en las oportunidades en los mercados de rápido crecimiento” y es en esos nuevos mercados donde más oportunidades o facilidades hay para “perder el norte” y actuar irresponsablemente.
Otra razón para que se actúe irresponsablemente es la estrechez de miras de muchas organizaciones que ven en el fraude y la irresponsabilidad más y más rápidos beneficios económicos que los que acaba rindiendo un comportamiento ético y responsable socialmente. El cortoplacismo, la poca importancia que se da en muchas empresas a la gestión de riesgos empresariales y lo poco que se aprende de casos anteriores son el caldo de cultivo ideal para que se repitan los mismos errores en cualquier momento y lugar del mundo.
Por último y a modo de reflexión también me gustaría introducir la idea de la pérdida de valores personales que padece parte de la ciudadanía, quizás por culpa de esas acciones poco éticas que vemos a diario y que hacen que algunos piensen “si lo hacen ellos ¿por qué no lo voy a hacer yo?”.
Y ese ciudadano de a pie es el que después se puede comportar exactamente igual dentro de la organización en la que trabaja.
Por Albert Vilariño
Fuente: http://www.compromisoempresarial.com/
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