Compartiendo responsabilidad social empresarial en la cadena de valor

Compartiendo responsabilidad social empresarial en la cadena de valor

En 2015 se cumplen 39 años desde que la OCDE publicó su primera versión de las Directrices para Empresas Multinacionales, 28 desde que el Informe Brundtland nos dio la definición de “desarrollo sostenible” que aún hoy usamos, 18 desde que se abordó el diseño de un formato común para las memorias de sostenibilidad (GRI), 15 desde que la ONU convocó el Pacto Mundial, y 5 años desde que un nutrido y diverso grupo de expertos consensuara la norma ISO 26000, referencia para la gestión responsable de las organizaciones.

En todo este tiempo, y particularmente en lo que llevamos de siglo XXI, hemos aprendido muchas cosas sobre la sostenibilidad y la responsabilidad social corporativa (RSC) o empresarial (RSE), sus luces y sus sombras, sus oportunidades y sus riesgos, sus éxitos y sus fracasos. Pero si algo hemos aprendido es que la responsabilidad social no es algo exclusivo de las grandes empresas ni debe ser algo accesorio a su gestión. Participar activamente en el desarrollo sostenible es tarea de todo tipo de organizaciones: todas contribuyen y todas pueden beneficiarse de incorporar prácticas de responsabilidad social en su gestión, sean grandes o pequeñas, públicas o privadas, con o sin ánimo de lucro.

Hablando de empresas, es notorio que el concepto de responsabilidad social está mucho más internalizado en las grandes empresas que en las pymes. Hay razones para ello: a una pyme no se le pueden aplicar directamente modelos de gestión de RSE diseñados para grandes corporaciones; ni por el impacto de sus actividades, ni por la estructura de su organización, ni por sus motivaciones. Sin embargo, las grandes necesitan relacionarse con empresas más pequeñas que compartan sus valores e implanten también sus propias prácticas de sostenibilidad. Esto es especialmente crítico cuando se aborda la incorporación de la RSE en la cadena de suministro, donde la necesidad de gestionar los riesgos reputacionales es no pocas veces suficiente razón para promover la implantación de mecanismos eficaces de compra sostenible.

En el actual contexto de economía globalizada, el concepto de cadena de valor, amplio, integrador y diverso, trasciende los límites de la empresa y se puede aplicar tanto al análisis de la cadena de suministro como al de las relaciones con otras organizaciones. Comprender y gestionar adecuadamente el valor (y no sólo financiero) generado a lo largo de esta red o cadena de valor es el enfoque que predomina actualmente en la gestión estratégica de la empresa. A base de capturar y explotar la información que fluye a través de la cadena de valor, las empresas pueden tomar consciencia del verdadero valor social que aportan sus actividades, creando de este modo nuevos modelos de negocio, más globales, integrados y participativos, donde la búsqueda de mecanismos de transmisión eficaces de la RSE entre las grandes empresas y sus aliados comerciales se vuelve cada día más relevante.

La Estrategia Española de Responsabilidad Social de las Empresas, aprobada por el Gobierno en octubre de 2014, constituye actualmente el marco doméstico de actuación que, bajo el lema “Visión 2020”, se concreta en “apoyar el desarrollo de las prácticas responsables de las organizaciones públicas y privadas con el fin de que se constituyan en un motor significativo de la competitividad del país y de su transformación hacia una sociedad y una economía más productiva, sostenible e integradora.”

La Estrategia Española de RSE parte de las premisas de Ley de Economía Sostenible (marzo 2011) y desarrolla en el ámbito español las directrices de la Estrategia de la UE sobre la Responsabilidad Social de las Empresas, publicada por la Comisión Europea en octubre de 2011. Tanto la estrategia europea (con más de tres años de vigencia) como la española (de reciente publicación) hacen un planteamiento explícito de promoción y fomento de la RSE entre las empresas (públicas y privadas), con mención expresa de las pymes, para las que se identifica la necesidad de políticas de apoyo en la materia.

Una incógnita que se plantea con frecuencia en la gestión de la RSE en la cadena de valor es hasta dónde alcanza la responsabilidad de la empresa en la gestión de los impactos sociales y ambientales de su actividad. Los organismos internacionales de referencia determinan que la responsabilidad de la empresa alcanza allá donde lleguen los impactos de su actividad y la de las empresas con las que colabora. Así, por ejemplo, los Principios Rectores de Empresas y Derechos Humanos (conocidos como “Marco Ruggie”), publicados por Naciones Unidas en marzo de 2011, especifican la “obligación de las empresas de respetar los derechos humanos, actuando con la debida diligencia para no vulnerar los derechos de terceros, y reparar las consecuencias negativas de sus actividades”. Y esta responsabilidad incluye, según Naciones Unidas, “tratar de prevenir o mitigar las consecuencias negativas sobre los derechos humanos directamente relacionadas con operaciones, productos o servicios prestados por sus relaciones comerciales, incluso cuando no hayan contribuido a generarlos.”

En este contexto global de fomento de la RSE como herramienta de mejora de la competitividad y la cohesión social, y donde la empresa es un eslabón en un flujo continuo de bienes, servicios e información, desde el Departamento de Compras es posible transmitir los principios de responsabilidad y sostenibilidad a los proveedores y exigir de ellos en consecuencia prácticas responsables con la sociedad, el medio ambiente y sus propios empleados, pudiendo promover iniciativas conjuntas de mejora y, en su caso, pudiendo establecer condiciones restrictivas para la contratación con los proveedores que no cumplen.

Como resultado de este enfoque sistémico de responsabilidad social, además de asegurar con este modelo la sostenibilidad social y ambiental a lo largo de toda la cadena de valor, es posible mejorar la eficiencia de los procesos de compra-venta, minimizar riesgos regulatorios y reputacionales incrementando el valor de los activos intangibles, gestionar de forma responsable los impactos en la sociedad, y aportar coherencia global a las políticas de RSE de todos los actores involucrados en el sistema económico.
La integración de prácticas responsables a lo largo de una cadena de valor global debe ser hoy pues parte esencial del enfoque estratégico de las empresas, que deben gestionar adecuadamente sus impactos ambientales y sociales en la relación con todos sus grupos de interés, sin importar el país en el que se encuentren. Las empresas grandes pueden transmitir sus valores, exigir comportamientos responsables y apoyar a aquellas empresas más pequeñas con las que se relacionan. De esta forma, la responsabilidad social se transmite entre entidades, creando una responsabilidad compartida de todos los involucrados en la cadena de valor.

La responsabilidad social se comparte; sólo compartiéndola ganamos todos en coherencia y en sostenibilidad.

Por

Paloma Lemonche

Consultora de RSE y Socia Directora de Acción 49. Coordinadora de RSE de AERCE

Fuente: http://www.revistagestiondecompras.com/

Otras Fuentes
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